El amor al arte tiene muchas facetas. Y es el trabajo por el
amor al arte, precisamente, el que ha llevado a estas dos profesionales del
derecho internacional, Caterina Mulas y Andreía Pedrosa, italianas ambas,
pareja ambas, soñadoras ambas, a dar un cambio radical a sus vidas y a ejercer,
desde hace apenas unos meses, de galeristas de arte (valga la redundancia) en
la ciudad de Barcelona. El cronista recala, pues, en sus cotidianas andanzas,
en un pequeño local, minúsculo, casi ubicado en mismísima muralla medieval
(Baixada del Caçador, 1) y se fascina y embelesa y maravilla ante tanta obra
pictórica junta y en tan poco lugar. Ante tanta belleza concentrada. Inaugurado
en octubre del año pasado (probablemente, la última galería de arte abierta en
la ciudad y una de las más pequeñas), Mulas y Pedrosa es un espacio acogedor
desde donde sus regentes quieren, atención, cambiar el mundo. Al menos, la
concepción actual del universo del arte, basado en el elitismo, en el
desequilibrio, en la ostentación. Quieren, pues, acercarse a la gente y que los
artistas sean esos seres maravillosos capaces de llevar un pedazo de felicidad,
en forma de pieza artística, a cualquier rincón de la tierra. “Sentimos
adoración por el arte –hablan al unísono--.
A través del arte podemos cambiar la vida de las personas, mejorarlas,
pues es indudable que junto a una obra de arte, en el interior de sus casas, la
gente se siente mejor. Además, también es muy importante que los artistas vivan
de sus propias obras”.
Concebida, pues, como el complemento a una galería
internacional ‘on line’ donde exponer físicamente las obras, Mulas y Pedrosa
parte de un solvente y genuino ‘equipo de artistas abstractos’ (Javier Gómez,
Bruno Pedrosa, Rudy Pulcinelli, Raffaele Rossi, Wolfgang Mussgnug y Gonçalo Ivo
son sus nombres), todos seleccionados ellos por las propias galeristas, con la
finalidad de desarrollar, más adelante, y en un amplio campo de actividades
artísticas, en otras modalidades, otras vertientes, otros protagonistas. “En el
arte no hay que entender, el arte es un sentimiento que se transmite y que se
comparte”. La conversación entre las galeristas
y el cronista adquiere, por momentos, tintes de animada tertulia. El tiempo se
detiene. Y, finalmente, el tiempo se agota. Las ideas fluyen y campana sus
anchas e imponen, necesariamente, sus propias leyes. Habrá que emplazarse para
nuevas ocasiones, para nuevas entregas acerca de ese amor al arte, de sus
pasiones y, sobre todo, de sus consecuencias.
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