Hay que tener mucha sensibilidad, piensa el cronista, para
destinar pequeños espacios de la fachada de un café (concretamente, la del Café
Schilling, de la calle Ferran) para exponer pequeñas obras de arte. Cada vez
que se detiene frente al citado establecimiento, que no son pocas, surge la
idea de averiguar cómo nació la iniciativa. Dicho y hecho. El Schilling, que se
inauguró hace poco más de dos décadas, donde antes había estado ubicada una
armería con dicho nombre, siempre ha acogido, al parecer, actividades sociales
muy diversas. No sólo exposiciones de arte, también recitales de poesía,
presentaciones de libros, actuaciones musicales “sin micrófono”, es decir,
numerosas manifestaciones culturales y artísticas, pues su propietario, Adrián
Mateo, siempre ha sido receptivo a ello. “Nuestro café –así lo explica,
conjuntamente a lo ya mencionado, Cristina Llagostera, esposa de Mateo y responsable
de que, cada mes, un nuevo creador dé nueva vida a las ‘idolatradas’ vitrinas
de la ‘idolatrada’ fachada-- es tradicionalmente punto de reunión y encuentro
de artistas, desde que empezara a organizar exposiciones el pintor Jordi
Benito. Cuando falleció, continuamos haciendo. Cedemos los espacios
gratuitamente, y para nosotros no es un reclamo, sino una forma de ayudar a los
artistas noveles”. Sin la menor duda, el
aire clásico del Café, su ambiente bohemio, su calidez extrema, conforman un
espacio de inmejorable condición para el intercambio artístico.
Explica Cristina que muchos de los artistas que han expuesto
en las vitrinas de la fachada del Schilling, y también, a veces, en sus paredes
interiores (y deben de ser muchos, porque doce meses de casi veintidós años dan
para muchas muestras) consiguen vender obra, sobre todo a los visitantes
turistas. “Aquí ha habido hasta celebraciones de boda e, incluso, un ‘tablao’
flamenco”. Lo que no deja de sorprender, en opinión del cronista, claro está,
dentro de la caja de sorpresas que es este carismático local barcelonés, es la
variedad de estilos, géneros y tendencias que ha llegado a ubicar en estos
cuatro lustros. La explicación, aparte de la sensibilidad mencionada al
principio, tiene su lógica. “El arte es universal, cosas que me gustan a mí
pueden no gustarle a otras personas, y al revés, lo que guste a otras personas
no gustarme a mí. Todo es muy subjetivo”. Dibujos, pinturas, maquetas,
esculturas, fotografías, todo cabe, pues, en ese reducto privilegiado, en una
de las calles más concurridas de la ciudad. Objetivo conseguido. El cronista
sale del Café ilustrado mucho más ilustrado.
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Foto: Mar Ortuño |
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