Boadas, la histora pasa frente a un par de ‘Ron Collins’


Un dibujo enmarcado del gran Jaume Perich, colocado en una de las paredes, entre numerosos dibujos y caricaturas del fundador del establecimiento, lo pone bien claro: “Eres un bar pequeño, incómodo y sentimental, es decir, ¡un bar humano!”, exclama un barbudo con abrigo y bufanda, que lleva  un humeante pitillo entre los dedos (indudablemente el propio Perich), situado delante la famosa y reconocible fachada del Boadas (calle Tallers, número 1, al ‘ladito’ de La Rambla. Año de su fundación, 1933). Y concluye: “Todos los demás son gilipollez y diseño”.  ¿Algo que añadir a lo expresado por uno de los más grandes artistas que ha dado la historia del humorismo gráfico en la ciudad de Barcelona? Nada, absolutamente nada. Si acaso unas palabras de Jerónimo Vaquero, el actual propietario (lleva casi medio siglo trabajando en el mítico local, lo que se dice pronto), desde que Maria Dolores Boadas, la hija y continuadora de Miguel Boadas (el iniciador de la saga) falleciera hace poco más de un año. “El Boadas en un bar donde hacemos cócteles. Lo de llamarlo coctelerías lo inventaron los modernos, porque, más que nada, aunque parezca raro, lo que nosotros ofrecemos es, simplemente, respeto y cariño a la gente de la cultura del buen beber”.

El cronista pide un ‘Ron Collins’ (agua de soda, ron blanco cubano, limón natural, hielo, vaso alto, las proporciones ya son otra cosa) o, mejor dicho, ése es el combinado que recomienda ‘Jero’, a esa hora de la tarde (imprecisa, después de las 7 y antes de las 8) y si, como le ha manifestado el propio cronista, se tiene sed. “La cultura del buen beber”. Sí, ciertamente, hermosa manera de decirlo. “Aquí todo es historia. Historia el fundador, historia su hija (eclipsada por la figura de su padre, pero que ahora se le empiezan a reconocer los méritos), historia el marido de ella,  historia el establecimiento, que no cambia. Y nuestra obligación, como continuadores, es seguir haciendo historia”.

El establecimiento, lleno de clientes, como casi siempre, es un hervidero de emociones y palabras quedas (también alguna risa, de vez en cuando, resonante). Si existe, si es que existe, algún lugar de la ciudad en donde evocar tiempos pasados, presentes y futuros, indudablemente, debe de ser éste. Abruma tanta intensidad por metro cuadrado y, sin embargo, la calidez y la serenidad del los barmans lo restituye todo. Como dijo una vez uno de los más famosos frecuentadores del local: “Que todo cuanto te rodea lo han puesto para ti. ¡No lo mires desde la ventana y siéntate al festín!” Camarero, ¡otro ‘Ron Collins’!



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