Un ramblista en el Camino de Santiago


El jueves pasado, 8 de noviembre, al mediodía, el cronista de la Rambla llegaba a la ciudad de Santiago de Compostela. Con los brazos abiertos. Habían pasado 31 días, todo un mes, desde que saliera del pequeño municipio navarro de Roncesvalles hasta que llegara a esa ciudad gallega, Patrimonio de la Humanidad, uno de los principales lugares de peregrinaje (por muy diversos motivos, todo hay que decirlo) del mundo. En la crónica anterior de este blog, el cronista relataba cómo de la mano de Carlos Mandianes, presidente del Centro Galego de Barcelona, ubicado en plena Rambla, había recibido la ‘Credencial del Peregrino’ (más de mil caminantes han solicitado dicho documento a lo largo de este año en dicha institución), que le iba a permitir el acceso a los distintos albergues (a los que ha podido acceder andando, o brincando, o saltando, o arrastrando los pies, no es necesario entrar ahora en ese detalle)  que se distribuyen a lo largo de esos 773 kilómetros que, finalmente, ha acabado realizado, del llamado Camino Francés de Santiago. Es lógico, y de es recibo, que el periplo terminara mostrando la ‘Carta de Certificación’ de dicho viaje, que otorga el Cabildo de la Catedral de Santiago, en el citado Centro Gallego barcelonés, y ante la presencia de su presidente.

Sobre la posible gesta de comprometerse ante semejante aventura, al cronista solo se le ocurrirá la idea comentar que, para él mismo, la experiencia ha sido muy gratificante. Un urbanita de Barcelona, que nunca había pasado, por ejemplo, una noche de su vida en un albergue, bien puede percibir las intensas vivencias transcurridas durante todos esos días como un aprendizaje necesario y, mucho más, en una época especial (¿pero qué época no lo es?) de su existencia. Por otro lado, asimismo, como una manera de evidenciar la fuerza de voluntad y del coraje (porque hay tramos tortuosos del Camino de Santiago, inclemencias temporales aparte, que obligan a un esfuerzo enorme y a una entereza encomiable, sean cuales sean las condiciones de cada ‘andante’, todo hay que decirlo) ha hecho, evidentemente, su efecto. Sobre los motivos que conducen a emprender, realmente, semejante experiencia, el cronista, como se ve, se reserva los suyos.

Dicen los que entienden que existe un gran paralelismo, y muy profundo, entre el Camino de Santiago y la propia vida, o sea, que el viaje referido bien puede considerarse como una reproducción, a pequeña escala (pero muy intensa, claro está, como ya se ha dicho) de lo mismo que nos ocurre en lo cotidiano. Amigos que se van, amigos que vienen, alegrías, tristezas, dificultades que aparecen, adaptación a los distintos medios, soluciones que se presentan, momentos para olvidar y/o recordar. Emociones sin fin, en definitiva. Lo cierto es que, como en las ferias, todo el mundo cuenta ‘su’ Camino según le va. Esta pequeña crónica solo pretende 'dar fe' (el balance es positivo, pero personal e intransferible, al entender del cronista), personalmente, de unos hechos ya pasados. Cada uno es responsable, o debería de serlo, de sus propias decisiones. Ahora, como también explican aquellos que saben, empieza (o sigue) el inevitable ‘camino’. Amigos, hasta más ver.



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